Por Marla
Hace poco mientras compraba en el supermercado me encontré con una jovencita a la que le di clase en escuela intermedia, creo que en octavo grado. La recuerdo en el salón: una chica tímida, con una voz muy dulce y una sonrisa muy bonita. En el grupo, no tenía muchos amigos. Me gustaba hablar con ella. En una de nuestras conversaciones, descubrí cuánto deseaba perder peso. Para mí, era una adolescente normal en plena etapa de desarrollo; pero ella se veía y se sentía gorda. Dialogamos varias veces sobre el tema. Le conté sobre mí; le dije que siempre alguien me señalaba porque no era delgada. Además, trataba de estar (dentro de lo que mis responsabilidades como maestra me lo permitían) pendiente de si había comido. Pasaba horas sin comer. Marla (seudónimo para proteger su identidad) no asistía a las actividades, no socializaba, y para que participara en clase, había que casi obligarla.
En esa escuela, la alimentación de los estudiantes es un asunto importante: las máquinas no tienen refrescos, la cafetería sirve un menú balanceado, y cuando los maestros organizan actividades en el salón o algún tipo de venta para recaudar fondos, deben velar por la cantidad azúcar de los alimentos. Por otro lado, las artes se destacan en esa institución. Por eso, entre el estudiantado había muchas chicas que practicaban el ballet desde muy pequeñas. Aunque no se percibía a simple vista, la atmósfera se cargaba un poco de los egos que producen las comparaciones. Y Marla no soportaba las quejas de niñas muy esbeltas protestando por sus “libras de más”. ¿Parece sacado de una película, verdad? Esto es real y más común de lo que podemos imaginar.
Ya no trabajo en esa escuela. Así que con el paso del tiempo, la perdí de vista. Nos reencontramos por las redes sociales. Ya han pasado casi cuatro años. Había logrado su propósito: era delgada. Sin embargo, no fue hasta que la vi en el supermercado que puede notar cuánto había rebajado. Traté de disimular mi asombro. Me alegré mucho al verla, pero también se me apretó el pecho. A pesar de haber logrado su objetivo, vi a la misma chica introvertida de escuela intermedia. Cuando dio la espalda, me fijé en sus piernas delgadísimas y su pantalón corto ancho. Me pregunté si salud estaba bien y si era feliz.
Como esta anécdota, puedo contar muchas otras durante mi época como maestra. También puedo asegurar que fueron más las jovencitas, que los varones, a las que vi sufrir por no estar flacas. Recuerdo a una bailarina que no comía nada en todo el día. En una ocasión, se desmayó en mi clase. He visto como las chicas inseguras se encorvan en la silla y no quieren socializar. Sufrí la historia de una adolescente acosada en su colegio por ser negra y tener sobrepeso. He presenciado el dolor del bullying, porque los niños, dentro de su inocencia o ignorancia, pueden ser muy crueles. He visto a muchas Marlas.
Nosotras tenemos a nuestro alrededor hermanas, primas, ahijadas, sobrinas; en fin, niñas o adolescentes que están formando su carácter. Lo que ven y lo que oyen las afectará muchísimo. Y estamos enviando mensajes erróneos. Desde que nacemos nos llaman “gordita de mami” porque, mientras se es bebé, los rollitos de una criatura son la cosa más tierna del mundo y mientras más mullido el pequeño, más “saludable” está. Pero al entrar a la escuela, todo cambia. Se rompe esa burbuja entre “gordita”, salud y amor… Comienza nuestra primera batalla: entender que lo que somos, ya no es; que lo que antes era sinónimo de amor y abrazos; ahora significa burlas, críticas y frustración.
Datos de la Asociación Nacional de Desórdenes Alimenticios (NEDA, por sus siglas en inglés) [1] reflejan que:
42 % de las niñas de primero a tercer grado quieren ser más delgadas.
81% de las niñas de 10 años tienen miedo de estar gordas.
Más de la mitad de las adolescentes y casi un tercio de los varones en la adolescencia practican un comportamiento de control de peso poco saludable, por ejemplo: saltar comidas, no comer, fumar cigarrillos, vomitar y tomar laxantes.
De las niñas en las escuelas estadounidenses, que leen revistas, el 69 % dijo que las imágenes influyen en su concepto de la forma ideal del cuerpo. 47 % dijo que las ilustraciones las hacían querer perder peso.
Cuando más de la mitad de las adolescentes, no come bien y la otra mitad quiere ser flaca, algo no anda bien. La educación es la clave. Por eso tenemos la obligación de hacerlo y actuar. Eduquemos a las niñas y a los varones; esto es una cuestión de equidad. Es un acto de solidaridad.
Escribí esta columna por Marla y por todas las estudiantes que he visto encorvadas en el pupitre, por no ver que ellas son más que un número en la balanza. Y tú ¿a quién se la dedicas?
*Todas las imágenes contienen su respectivo enlace de donde se obtuvieron las mismas.